Juan Camilo Arroyave Cárdenas, Vicepresidente de Asuntos Legales Suramericana S.A.

En el año de 1996, William Ospina publicó un libro a manera de ensayo que se tituló “¿Dónde está la franja amarilla?”. Dicha denominación hace referencia a los colores de la bandera de Colombia, en donde los colores azul y rojo representan a los partidos políticos de dicho país, los cuales gobernaron alternadamente de manera exclusiva desde su independencia hasta los inicios del siglo XXI. El filósofo tolimense se preguntaba por la franja amarilla, invitando a los colombianos a realizar una profunda reflexión sobre sí mismos y su entorno, que finalmente desemboque en un proyecto nacional en donde haya cabida para todos, los azules, los rojos, en fin, todos los colores.

Recordé este ensayo porque sus reflexiones son oportunas frente al momento actual que vive Colombia, con un ambiente caracterizado por alta tensión social, con protestas en varias de sus centros urbanos, y con un clima político que invita a la polarización. Y todo ello en medio de las tragedias que suponen estar atravesando una pandemia mundial.

Si nos adelantamos al año 2022, año de elecciones presidenciales en Colombia, y de continuar el panorama descrito anteriormente, parece lógico deducir que dicho evento estará comandado por discursos populistas de uno y otro lado, llenos de tremendismos que presagiaran escenarios apocalípticos en caso que ellos no resulten elegidos. Imaginemos pues, que uno de esos populismos efectivamente resulte ganador de la contienda electoral, ¿Dónde estará la franja amarilla? Pues bien, además de lo que cada ciudadano pueda hacer por sí y por su entorno, que era la invitación de Ospina, las instituciones de Colombia deben entender que también hacen parte de esa franja, que el momento es ya para que se fortalezcan, para que no se rindan ante las tentaciones del poder sin límites, que se sepan dueños del contrapeso al poder. Me refiero a instituciones como el Banco de la República, con su probada autonomía en las cuestiones macroeconómicas; a los jueces de la república, en especial la Corte Constitucional, como garantes del cumplimiento de los derechos fundamentales de los colombianos; a los congresistas con su ejercicio de control político; al sector empresarial como un coadyuvante en el diseño de tejido social. Colombia, con su vocación de país democrático, como solía decir el profesor Carlos Gaviria Díaz, se ha caracterizado por tener unas instituciones que en momentos cruciales, han funcionado para detener los excesos del poder. El momento de su fortalecimiento es ya y no en agosto 2022.

Para terminar, nos dice Adela Cortina en su último libro “Ética Cosmopolita” que el pesimismo o el optimismo son estados de ánimo y que por eso no hay que prestarles tanta atención desde una perspectiva ética. Lo realmente fundamental es sentirse esperanzados o no. El camino de la construcción de esperanza en Colombia pasa por el fortalecimiento de las instituciones.